Hay destellos que a veces iluminan como faros y aceitan de
lujo inquisidor la esperanza. No hay nada como tomar un café y robar conversaciones
que se deslizan rotas y advierten del peligro. Esta semana me ha tocado
Madrid y me he dado cuenta del puzle en el
que vivimos, sobre todo yo, tratando una y otra vez de ensamblar y desensamblar
al mismo tiempo retazos de la vida, como si fuesen pinceladas de un mismo
cuadro retocado una y mil veces.
Un puzle
con piezas de dolor,
como la de la señora ochentona que mantiene a sus hijos ya creciditos y les
subvenciona hasta los bautizos porque la empresa para la que trabajan no les
paga desde hace meses… Un puzle con piezas de violencia, como la del ecuatoriano
que amenaza a otro compatriota con su cartel de “Compro Oro” con llamar a los Lating Kings y darle una sobredosis
de “cariño”. Un puzle con piezas de ficción,
como la de los miles de turistas billetes en mano que recorren la Gran Vía en
busca de una ranura donde descargar su semen-visa…
Y lo pienso
desde un edificio de Callao en su novena planta, un sightseen place infectado
de glamour “Soso” y hamburguesas “a la nostra manera” con inmensas
cristaleras que dan al macrocartel de Schewepes, más inexpresivas y sucias que
los putones travestidos de la calle Carretas.
En
Madrid cada cual completa el puzle entre risas o entre lágrimas, dependiendo de
su particular Feria de las Mentiras. “A Madrid, vamos buscando sueños…” o piezas que completen el puzle.
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